«San Miguel es un cementerio» es una de las primeras declaraciones que escuchamos en «Albertina y los muertos» mientras vemos imágenes de un camposanto nortino. Pronto se irá asomando sutilmente una historia: la de Albertina (78), la matriarca de San Miguel, un pueblo construido sobre tumbas indígenas.
Ella carga con la responsabilidad de mediar entre la comunidad y el Ño, un muñeco de trapo venerado en la semana de Carnaval que encarna las fuerzas creadoras y destructoras de la tierra. La muerte de Albertina estremece al pueblo y golpea a su familia. Ahora sin su guía, deberán cumplir con las tradiciones que ella les inculcó para asegurar el equilibrio entre los vivos y los muertos.
Dirigido por César Borie, «Albertina y los muertos» –estrenado nacionalmente en Sanfic– llegará a salas chilenas el próximo 3 de noviembre.
RITOS FÚNEBRES ANDINOS
«Mi atracción por el norte de Chile es sin duda una herencia de mi madre iquiqueña, una pulsión que fue cobrando fuerza y sentido cuando viajé el año 2004 a Arica con la idea de registrar la celebración del Día de Todos los Santos en el cementerio de San Miguel de Azapa», cuenta Cesar Borie sobre los orígenes de su documental.
«Fue en aquel primer viaje que conocí a Albertina, quien se destacaba como un personaje enigmático e influyente en el pueblo, al cual por su celo y carácter fuerte no sería fácil acceder. Tras regresar año tras año a San Miguel, este acceso se fue dando de forma natural a través de la relación de amistad que entablé con Albertina, su familia y su círculo de amigos más cercanos dentro del pueblo», agrega.
Borie define a «Albertina y los muertos» como «un documental que, a través de seguimiento y entrevistas, cuenta la historia de Albertina Felipe, centrándose en las creencias y tradiciones relacionadas al culto a los muertos que ella inculcó con rigor y fe dentro de su familia. Tradiciones cuyo desarrollo promovió hasta convertirlas en potentes y vistosas expresiones de religiosidad popular que son hoy en día sinónimo de orgullo y pertenencia dentro de la pequeña localidad de San Miguel de Azapa (…) La película transita así desde ritos realizados en el ámbito íntimo y familiar de Albertina, hacia celebraciones que movilizan al poblado completo y atraen a habitantes tanto de la ciudad de Arica como de otros sectores del valle de Azapa».
El rodaje de la película se se inició oficialmente en 2018, en San Miguel de Azapa, un pequeño poblado ubicado a escasos veinte minutos en vehículo de Arica. Gran parte del pueblo está construido sobre tumbas indígenas, las que se descubren frecuentemente en los cimientos de las casas, en las parcelas y bajo las actuales tumbas y mausoleos de su cementerio municipal.
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